jueves, 5 de septiembre de 2013

El Mar de Arena









El Mar de Arena está  situado en el extremo sur del continente, frente a las costas de Coowan y es inmenso. Es una de las grandes maravillas de este Mundo y uno no debería morirse sin haberlo visto al menos una vez. La primera vez que estuve frente a el sentí mi corazón encogerse de emoción y terror ante semejante espectáculo de los dioses. Los vientos aullaban salvajes y empujaban olas gigantescas que rompían contra los acantilados de coral con inusitada violencia. Era como un enorme ser vivo, salvaje y desatado. No entendía que fuerza misteriosa empujaba a los piratas rurhmari a aventurar sus pequeños barcos en aquellas dunas ciclópeas, barcos que se levantaban hacia el cielo  desafiantes, montando a la bestia de arena que luego  descargaba su fuerza incontenible contra la superficie embravecida en un baile que nunca terminaba. Muchos barcos eran engullidos, pero la mayoría conseguía llegar a puerto. Y así había sido desde siempre. Yo, en la costa, protegía mi cara con el sareb, que cubría gran parte de mi rostro y sentía el dolor punzante de los granos de arena que volaban a mí alrededor y chocaban contra mi cara y mi cuerpo. Las tormentas en el Mar de Arena eran fabulosas y temibles. Se originaban en el centro del propio de Mar, en lo que se conocía como el Ojo. Un terrible torbellino que todo lo engullía. Muchos barcos del imperio, destructores y carracas habían desaparecido en el centro del remolino, porque sus capitanes se habían confiado demasiado. Y a pesar de todo el Mar de Arena seguía siendo la ruta comercial más corta, y por ello más transitada, entre el estuario de Drengist y los países del Sureste.

Lo que nadie  sabía es qué  había más allá del Gran Ojo. Nadie había conseguido nunca sortear el colosal remolino, donde las tormentas se batían con mayor fiereza. Tal vez al otro lado hubiera otro continente , habitado por otras gentes que también intentaron cruzar y fueron devorados por el remolino. Eso solo lo sabe Juin, nuestro señor que todo lo ve.

La segunda vez que vi el Mar de Arena  fue cuando ya era un anciano. Decían de mí por aquel entonces que era un Sabio y mi nombre era muy conocido en todo el Imperio. Los barones siempre me llamaban para que acudiera a sus palacios porque creían que podía ver el futuro aunque no era así. La segunda vez que vi el Mar de Arena, el Pinjoli como lo llaman los piratas del Rurh, me quede tan acongojado como la primera vez. En aquella ocasión estaba en calma. El sol se ponía en el horizonte junto con las primeras estrellas y las dunas se mecían tranquilas hacia el infinito. Aquella vez lo que emboto mis sentidos fue su inmensa e inabarcable belleza. Algunos barcos de coral del Imperio navegaban tranquilamente  y los vientos soplaban sobre sus velas, transportándoles indolentemente hacia el Este. Una brisa cálida acompañaba la caravana que nos llevaba sobre los acantilados de Coowan hacia el estuario de Drengist. Allí nos esperaba el palacio de Thalarassa y el Barón de Prey.El camino Imperial fue descendiendo paulatinamente y ante nosotros se desplego el legendario puerto de BaanCrist, que pudimos ver desde lo alto plateado y brillante, con su forma de medialuna  y con sus cuatro torres de piedra que todos los poemas cantan. Una maravilla de la ingeniería de su tiempo. En las dársenas se agolpaban los barcos de coral de todos los tamaños y formas, atracados plácidamente bajo la luna de verano. En el puerto el bullicio era palpable. Y las lucecitas de farolillos y tabernas iluminaban los muelles por doquier. Nosotros seguimos por el camino real, rodeando el puerto lentamente hasta llegar a las negras murallas del Palacio de Thalarassa. Por detrás se elevaba hacia el cielo estrellado la gran pirámide escalonada con miles de ventanas iluminadas donde seguramente cientos de escribas y funcionarios seguirían trabajando hasta las primeras luces del alba.
   Las puertas de bronce se abrieron y mis acólitos fueron acomodados en sus habitaciones por los sirvientes del palacio. Yo en cambio, acudí con mi hija a la cámara del Barón a donde fui llamado tan pronto como este se enteró de que acababa de cruzar la muralla con la caravana de comerciantes.

El Barón de Prey era muy obeso y excesivo en todo. Tan lejos del Imperio y de su capital había abandonado los modos austeros, el rigor, y la sobriedad militar tan propia de Ihlandris, cambiándolos por el lujo y las riquezas de los ambientes cortesanos del sur. Su armadura imperial estaba en un rincón perfectamente pulida y ornamentada, pero era más que evidente que sería incapaz de volver a enfundarse en ella. Ya no era el audaz general de los ejércitos del Sur, sino un hombre de negocios amante de la buena comida y las partidas de Chais hasta altas horas de la madrugada. Reposaba su inmenso cuerpo sobre un pequeño trono con un respaldo de coral profusamente ornamentado. La cámara real se encontraba en una terraza al aire libre situada en el último piso del palacio, iluminada por varias lámparas  situadas en círculos alrededor del trono. Cuando entré en la terraza,  el Barón se encontraba disputando otra partida de Chais con un esclavo muy anciano y bebiendo lisonja, una bebida prohibida en el imperio y traída desde Martian, la selva de las flores, Estaba prohibida porque creaba una terrible adición y un no menos terrible insomnio.

Al oír mis pasos el Barón levanto la vista del tablero y dijo con una amplia sonrisa:
-¡Ah! Por fin has llegado. Juin ha iluminado bien tu camino hasta aquí.
-Que la Luz bendiga también tus pasos excelencia.
El Barón hizo aspavientos con una mano y escancio una copa de lisonja para ofrecérmela a continuación:
-dejémonos de títulos y ceremonias Maestre. Ven aquí conmigo, bebe, asómate al balcón y contempla estas impresionantes vistas.
No acepte la copa por supuesto, en cambio sí que me acerque y observe impresionado el legendario Mar de Arena meciéndose tranquilo bajo la plateada mirada de la Señora. El sonido de las olas de arena chocando lánguidamente contra el puerto llegaba hasta allí arriba junto con un aroma de sal y especias. Las estrellas cubrían la bóveda y una cálida brisa agitaba mis escasos y grises cabellos.
-¿No es hermoso? –dijo el Barón.
-Igual o más que la primera vez que lo vi, cuando era apenas era un jovenzuelo.
-Me cuesta imaginar Maestre que hayas sido alguna vez joven.
-Fue hace tanto tiempo que a veces también me pregunto si lo fui alguna vez. – respondí con una sonrisa.
La mano regordeta del Barón cogió fruta de un cuenco y la llevo a la boca  de este con avidez.
-Normalmente te habría llamado para que acudieras a mi palacio simplemente por tener una conversación con uno de los más grandes Sabios de nuestro tiempo, ya quedáis muy pocos. Pero la realidad es que te he hecho llamar por un acontecimiento extraordinario. Venid conmigo.
  Acompañe al Barón a otra sala, mucho más oscura y pequeña. En el centro había un altar de piedra y sobre el un cuerpo cubierto con un lienzo. Un plateado haz de luz entraba por un ventanuco en el techo e iluminaba el altar.
-Fue hace tres noches.- empezó a relatar el Barón -Las estrellas giraban hacia el solsticio y Selene estaba oculta en el cielo. Entonces los astrónomos predijeron un gran cambio... Hace tres noches una terrible tormenta se desato sobre el mar.Tan grande y tan violenta era , que pensamos que se acercaba el final del mundo conocido. Miles de nuestros barcos atracados fueron arrancados del puerto y arrastrados a alta mar,  y allí se hundieron para siempre. La tormenta duro un día entero y a la noche siguiente todo volvía a estar en calma. Agradecimos a Juin con generosos sacrificios que hubiera sido capaz de aplacar la ira de su esposa una vez más. Entonces vimos lo extraordinario: un enorme barco había encallado en los acantilados de BaanCrist y por la playa habían aparecido cientos de cuerpos muertos de criaturas que jamás antes habíamos visto. Criaturas como esta.

 Y el Barón retiro el lienzo







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