viernes, 26 de junio de 2009

Una historia


Todos tenemos una noche de suerte.La mía ocurrió un 23 de octubre de 1963, curiosa fecha.Fue la noche en la que nuestro barco atracó en Hong Kong.

Una terrible tormenta arreciaba sobre el puerto, por lo que muchos de mis compañeros prefirieron quedarse en sus estrechos camarotes emborrachándose hasta caer dormidos.Los más valientes en cambio salimos a pesar de todo y sobretodo , porque no podíamos soportar la idea de no pisar tierra y recorrer las tascas.Tras varias horas perdidas en los peores tugurios de la ciudad, acabamos desperdigándonos y no sé como recalé solo en medio de una timba de poker , rodeado de la peor mafia amarilla y afixiado por el humo que flotaba en aquel cuchitril, el último abierto antes del amanecer.
El alcohol, que corría como un torrente por mis venas, me hacia el más temerario de los jugadores.Creo que aposté hasta el barco, y mira que no era mio! En cualquier caso , como decía , era mi noche de suerte y no paraba de ganar. Poco a poco fui amasando una pequeña fortuna y los chinos más sensatos fueron retirándose de la partida.Sin embargo, un capitán holandés , jugador con más orgullo que pericia, no cejaba en su empeño de ganarme y reconquistar el dinero perdido.
Al final nos quedamos solos, él y yo, y alrededor lo más bajo de los muelles de Hong Kong dándonos ánimos, o tal vez , pensando como asaltarnos en algún callejón oscuro para desvalijarnos.Qué ironía.
El holandés, que a medida que iba perdiendo, iba cayendo en lo más profundo del "delirium tremens" finalmente se quedo sin blanca, o eso creí entonces.
Cuando ya estaba levantándome para irme, y me despedia de mis compañeros de partida ( con evidente sorna), el holandés me agarro repentinamente del brazo y me dijo con áspero acento ingles:
-La partida aún no ha terminado.

Me quedé sorprendido tanto, que las tinieblas del alcohol se evaporaron súbitamente y me volví a sentar. Claro,en el fondo más intrigado que otra cosa.

-Si continuamos, sólo una vez más te pido, apostaré lo último que me queda, mi tesoro más preciado.-dijo

Había súplica en aquellas palabras, evidente súplica y desesperación.Asentí aceptando y mordido por mi insaciable sed de seguir ganando.
Tras varias manos estuvimos satisfechos.Antes de apostar me miró sonriente, pero a mi, que no se me escapa una, ( y es que han sido muchas partidas), le cazé por un leve temblor que le sacudía el bigote.Apostó el holandés aquello único que le quedaba: sacó una llave dorada del bolsillo y la puso sobre la mesa:
-¿Apuestas tu casa? - dije sorprendido.
El capitán rió amargamente.
-No seas ridículo.Los capitanes de barco no tenemos casa.Apuesto lo que tengo de más valor, y esa llave lo guarda,pero para igualar la apuesta tendrás que jugarlo todo.
-Perfecto-exclamé.

Y el holandés perdió y yo me quedé con la llave.Tengo que decir que nunca vi una cara más triste en un perdedor de poker y aquello , esta mal decirlo, me hizo valorar todavía más aquella llave misteriosa.
Abandoné la tasca, y bajo la lluvia intensa y las primeras luces del amanecer, hice el camino de regreso al barco.

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